No son pocas las
voces de los intelectuales que, desde mediados del siglo XX, se han
alzado contra la barbarie y el proyecto de una razón ilustrada que
debía liberar al hombre de su “autoculpable minoría de edad”1,
de una ciencia positivista que entrará en crisis sobretodo a raíz
de los acontecimientos convulsos del pasado siglo.
El mismo Kant,
reconoce que el proyecto que inspira la ilustración puede fracasar
si no se vuelca en mejorar la vida de los hombres: “«Hubo
un tiempo en que yo consideraba que únicamente la búsqueda de la
verdad constituía la gloria de la humanidad, y menospreciaba al
hombre ordinario que no sabía nada. Rousseau me condujo al camino
recto: aprendí a conocer la recta naturaleza humana; y [ahora] me
consideraría más inútil que el trabajador ordinario si no creyera
que mi filosofía puede ayudar
los hombres a establecer sus derechos”.
Y hasta el más optimista y menos sospechoso de postmodernismo, como
Habermas, puede reconocer “los rasgos oscuros de un siglo que
inventó las cámaras de gas, la guerra total, el genocidio bajo
mandato del Estado y los campos de exterminio, el lavado de cerebro,
el sistema de seguridad del Estado y la vigilancia panóptica2
de pueblos enteros. Este siglo produjo sin duda más victimas, más
soldados caídos, más ciudadanos asesinados, más civiles ejecutados
y minorías expulsadas, más personas torturadas, violadas,
hambrientas y congeladas, más prisioneros políticos y fugitivos de
lo que nadie había imaginado”. 3
Ahora bien, prosigue Habermas un poco más adelante en el mismo texto
al que hacemos referencia, apelando a la otra cara de la moneda, la
que se les escapa a los Horkheimer, Adorno, Heiddeger, Derrida o
Foucault: “Paro las naciones que llevaron al mundo, en 1914, a una
guerra de insólitos despliegues tecnológicos, y para los pueblos
que después de 1939 reconocieron los crímenes masivos de una lucha
de exterminio ideológica, el año de 1945 señala un gran viraje. Un
viraje hacía una situación mejor,
hacía la domesticación de las fuerzas de la barbarie que
florecieron, en Alemania por ejemplo, en el suelo mismo de la
civilización. ¿No aprendimos nada de las catástrofes de la primera
mitad del siglo4?”.
Habermas
siempre criticará la supuesta autonomía del saber. Ya no somos tan
inocentes, ni tan crédulos, como para no percatarnos de que todo
conocimiento persigue un interés. Pero criticará con vehemencia a
toda una corriente, inaugurada por Lyotard cuando publicó La
condición postmoderna, que denunciaba el consenso libre habermasiano
como salida a la encrucijada de la razón moderna: “Vivimos
rodeados de pluralidad de reglas y comportamientos que expresan la
variedad de contextos vitales y es imposible encontrar un denominador
común universalmente válido. [...] La búsqueda de consenso ha
devenido a ser un valor anticuado y sospechoso, porque detrás
del consenso se esconden formas de dominación5”
Pero, ¿qué es el postmodernismo?
Quizá un error que solemos cometer filósofos o aprendices de
filósofo en este caso, es que nos ponemos a hablar de un concepto
tan equívoco como éste sin delimitar claramente su contenido. Pues
el postmodernismo es una corriente omniabarcadora y multidisciplinar,
que se ha utilizado no sólo en el campo filosófico, sino que
también aparece referida a campos tan diversos como el cine, la
literatura o la religión. Y me interesa incidir en este último
punto, pues aunque los Derrida, Foucault, Lyotard, Deleuze y compañía
se declararon abiertamente ateos, eso no significa que otros autores
hayan interpretado el postmodernismo como una etapa de renuncia a la
verdad, de apertura al pluralismo religioso, tal y como hace el
teólogo evangélico de origen canadiense Donald Arthur Carson: “El
modernismo es con frecuencia caracterizado como el buscador de la
verdad, el absolutismo, el pensamiento lineal, el racionalismo como
opuesto a lo afectivo, la seguridad- lo cual alimenta a su vez la
arrogancia y la inflexibilidad – En contraste, el postmodernismo,
reconoce que cuanto “sabemos” está determinado por la cultura en
dónde vivimos, controlada por las emociones, lo estético y lo
heredado, y de hecho puede ser sostenido inteligentemente como parte
de una tradición común, sin
derecho a reclamar si es verdad o correcto6”.
Esa será una de las notas comunes a
los postmodernistas, y que con mayor frecuencia utilizan sus
críticos, la renuncia a la verdad. Pero detrás de ello, no se
esconde un relativismo que acabaría con todas nuestras seguridades y
nos abocaría a un mundo nihilista en el que vale todo, tal y como
opinan algunos apocalípticos críticos, casualmente instalados en
instituciones religiosas con enormes privilegios. Lo que se esconde
es una sincera crítica contra la estructura del saber. Un saber que
no se puede desligar del poder, y que se encuentra profundamente
arraigado en todas las capas de la sociedad. Así, el saber no sería
sino un reflejo de las estructuras de poder y dominación, un poder
que ya no puede ser localizado en el Estado ni en determinada
institución, sino que lo encontramos desde la escuela, la
televisión, las fábricas o la cárcel, reproduciendo los mismos
mecanismos de dominación.
Ahondaremos en esa línea, entendiendo
por postmodernismo la corriente de pensamiento que incide en que el
paradigma racionalista del Modernismo nos ha llevado a la crisis y al
caos de una forma de pensar. Pese a contar con grandes medios
tecnológicos, autores como Foucault denuncian que el conocimiento
científico se ha convertido en una estructura de poder arraigada en
el orden político, social, estético, simbólico, comunicativo etc.
En las siguientes páginas,
proseguiremos con el debate desde la óptica de un Habermas que cree
que la Modernidad es un proyecto inacabado que conviene reconstruir
tras los errores del siglo XX, y que criticará la posición de los
postmodernistas, en especial de Foucault, por considerar que en sus
tesis se esconde un discurso autorreferencial, ambiguo y no carente
de contradicciones.
La falta de legitimidad de los
grandes relatos
Resumiendo, podemos ver a Lyotard y su
crítica a los grandes relatos que legitimaron la modernidad como el
punto de arranque de una corriente para la que los principios sobre
los cuales se fundó la Modernidad no tienen validez, nunca la han
tenido y cuya falacia y falsa apariencia de “verdad” hay que
superar. Cuando publica, en 1979 “La Condición Postmoderna” ,
Lyotard toma prestado el término que por aquel entonces se usaba
básicamente en el campo de la arquitectura y de la crítica
literaria norteamericana, y lo introduce de lleno en la filosofía,
como dardo envenenado a la razón moderna. Considera que no hay una
única verdad, sino una pluralidad de verdades convergentes, y la
apariencia de verdad de algunos de los grandes relatos de la edad
moderna es lo que ha propiciado que sus narraciones se vean abocadas
al fracaso. Para Lyotard, todo saber científico siempre estuvo
entretejido con el saber narrativo. Los grandes relatos científicos
siempre se han legitimado desde su reverso ético-político,
sirviéndose de enunciados performativos, en el que las palabras más
que describir la realidad, producen las acciones sociales mismas,
crean poder en el preciso
momento de la enunciación.
La teórica feminista Judith Butler “arremete contra la
heterosexualidad hegemónica” y la identificación entre género y
sexo, afirmando que el género es el resultado del lenguaje
preformativo. Butler pone como ejemplo innumerables ejemplos, entre
los que se encuentra la rapidez con que se le asigna arbitrariamente
un género a bebés que nacen con cierta ambigüedad sexual. El hecho
de que, por otra parte, una persona tenga determinado sexo, no le
obliga según Butler a identificarse con el rol cultural que se le
asigna en función de su sexo. Y es que, si el sexo tiene que ver con
las características anatómicas de las personas, el género es una
construcción social asociada a esos rasgos genéticos. La sociedad
discrimina todas aquellas personas cuya apariencia o carácter no se
corresponde con las normas de género aceptadas y autolegitimadas por
unos enunciados performativos completamente arraigados en nuestra
cultura, y que debemos escuchar desde que nacemos, de tal manera que
terminamos aceptándolos a veces de manera inconsciente.
En la misma línea, Foucault en
“Microfísicas del poder” denunciaba la omnipresencia del poder,
que sometiéndonos a contínuo control y vigilancia, propiciaba la
dominación incluso a nivel corporal: “Se
han corregido poco a poco las posturas; lentamente, una coacción
calculada recorre cada parte del cuerpo, lo domina, pliega el
conjunto, lo vuelve perpetuamente disponible, y se prolonga, en
silencio, en el automatismo de los hábitos7”.
Siempre que leo estos textos de Foucault, me viene a la mente la
imagen de Chaplin en la película “Tiempos Modernos” girando las
tuercas.
En Foucault, el “paradigma de la
producción” tomado en clave marxista, le permite establecer la
relación entre formas de objetivación y las formas de subjetivación
humanas, entendiendo éstas como resultados y no como esencias
ahistóricas. La resistencia anticapitalista, sobretodo desde el
Mayo del 68, la entiende como una profunda y total subversión
cultural y no sólo como la sustitución de los agentes detentadores
de un poder, que cómo hemos insistido, se articula más allá de las
instituciones políticas, en todas las capas de la sociedad.
Habermas: La modernidad como
proyecto inacabado.
Cuando Habermas, en 1980 pronunció su
discurso “La Modernidad: un proyecto inacabado”,8
se dio el pistoletazo de salida a una agria polémica en la que un
Habermas que nunca se desprenderá de los principales postulados de
la Escuela de Frankfurt, arremete contra todo aquel que considera que
es necesario superar a la Modernidad, no reformarla. Y el combativo
Habermas, fiel a su pensamiento, no dudará en confrontar sus teorías
contra todo el que se le ponga por delante. Especialmente ácida es
su polémica con Foucault, en la que nos centraremos sirviéndonos de
su “El discurso filosófico de la modernidad”9,
pero antes introduzcamos como se merece las principales líneas de
pensamiento de Foucault.
FOUCAULT: La crítica del poder
Como sabemos, Foucault basa su
original pensamiento a una brutal crítica de un poder que se
articula no verticalmente, sino horizontalmente y con múltiples
ramificaciones en todos los órdenes de la sociedad. Culpa a las
ciencias humanas de una parte negativa y oculta que las ha hecho
progresar como unas ciencias serviles, no tanto preocupadas por la
cultura y el conocimiento crítico, sino por servir al poder.
Para Foucault, toda una serie de
saberes, aparentemente científicos y objetivos, como podrían ser la
psicología clínica, la sociología, la pedagogía o la politología
proporcionan lo que insiste en denominar “tecnologías del poder”:
una serie de técnicas sociales para apoderarse del individuo y para
impedir toda posibilidad que no sea la racionalidad instrumental.
Conviene reseñar que Habermas también
criticará una racionalidad instrumental o estratégica cuyo fruto es
el debilitamiento de las democracias modernas , así como de una
tecnología que no se preocupa por el “por qué”, sino por el
“para qué”. Toda consideración ética, moral, estética o
política queda reducida a los meros problemas técnicos, con lo que
nos vemos abocados a una loca carrera sin saber muy bien hacía dónde
nos dirigimos. Como veremos, es necesario pasar de esa racionalidad
instrumental, a la comunicativa, que sitúa el foco de la
racionalidad no ya en el éxito o en los beneficios que el individuo
pueda obtener, como es el caso en las sociedades occidentales y
capitalistas, sino en la cooperación
con el otro, en el reconocimiento del otro en una cadena en la que el
yo y el tu se funden en un nosotros. Y
ello, en un determinado contexto, “el mundo de la vida” : Por
decirlo así, el mundo de la vida es el lugar trascendental donde se
encuentran el hablante y el oyente, donde de modo recíproco reclaman
que sus posiciones encajan en el mundo… y donde pueden criticar o
confirmar la validez de las pretensiones, poner en orden sus
discrepancias y llagar a acuerdo10”.
Pero sigamos con Foucault.
Nada es más material, más corporal,
que el ejercicio del poder
Foucault no trata de analizar el poder
desde su centro, sino que dirige su mirada hacía la periferia, hacía
una periferia no reglada jurídicamente y que cuenta con una serie de
estrategias con falsa apariencia de neutralidad, como el examen, la
revisiones médicas o los test.:11
“Hay
que admitir en suma que este poder se ejerce más que se posee, que
no es el “privilegio” adquirido o conservado de la clase
dominante, sino el efecto de conjunto de sus posiciones estratégicas,
efecto que manifiesta y a veces acompaña la posición de aquellos
que son dominados. Este poder, por otra parte, no se aplica pura y
simplemente como una obligación o una prohibición, a quienes “no
lo tienen”; los invade, pasa por ellos y a través de ellos; se
apoya sobre ellos, del mismo modo que ellos mismos, en su lucha
contra él, se apoyan a su vez en las presas que ejerce sobre
ellos12”.
Como no podemos introducir la crítica
a la que somete Habermas en “El discurso filosófico de la
Modernidad” al método del que se sirve Foucault, explicaré ahora
tan siquiera brevemente qué entiende el francés por “genealogía
y arqueología”, conceptos clave sin lugar a dudas en su filosofía.
Arqueología del saber y Genealogía
del Poder
Se trata de uno de
los temas que siempre debate cuando abordamos el pensamiento de un
Foucault tan original como complejo. Los análisis “ortodoxos” de
Foucault, por decirlo de alguna manera, son los que hacen de la
arqueología y la genealogía dos métodos diferentes pero
complementarios. Sería función de la arqueología del saber
realizar una investigación de las ciencias humanas, poniendo de
relieve los problemas que suscita la aparición de la ciencia como
propuesta de Ilustración y al mismo tiempo, como práctica de
esclavitud. Sería trabajo del arqueólogo rescatar del “basurero
de la historia” aquello que el historiador no ha utilizado, los
vacíos, lo negativo, tanto lo que se dice como lo que no se dice
implícitamente. La genealogía por su parte constituiría un segundo
paso, un sistema de desenmascaramiento de la red de poder: “El
poder tiene que ser analizado como algo que circula, o más bien,
como algo que no funciona sino en cadena. No está nunca localizado
aquí o allí, no está nunca en las manos de algunos, no es un
atributo como la riqueza o un bien. El poder funciona, se ejercita a
través de una organización reticular. Y en sus redes no sólo
circulan los individuos, sino que además están siempre en situación
de sufrir o de ejercitar ese poder, no son nunca el blanco inerte o
consintiente del poder ni son siempre los elementos de conexión. En
otros términos, transita transversalmente, no está quieto en los
individuos13".
Sin
embargo, me inclino más por la opinión que sostiene Luis Fanlo,
profesor de la Universidad de Buenos Aires, que sostiene que “La
distinción entre arqueología y genealogía resulta siempre uno de
los temas centrales que se plantean quienes abordan el estudio de la
filosofía de Michel Foucault: ¿Son dos métodos diferentes? ¿Dónde
reside la diferencia? ¿Por qué Foucault abandonó el uso de la
arqueología del saber y la reemplazó por la genealogía del poder?
Las respuestas, que han sido variadas, ingeniosas, e inteligentes, no
han tenido en cuenta a mi entender que responden a preguntas
equivocadas que surgen la mayoría de las veces por una lectura
incompleta del pensamiento de Foucault entendido como una práctica
de investigación. Foucault es, precisamente, un pensador que se
opone a los “métodos” e incluso a las “epistemologías” ya
que considera que se trata de formas de captura del saber por los
dispositivos de poder que establecen cómo pensar instaurando límites
a la crítica del orden del discurso y del régimen de verdad
prevaleciente en nuestras modernas sociedades occidentales. De modo
que ni la arqueología ni la genealogía (más tarde Foucault volverá
a cambiar la nomenclatura y propondrá en reemplazo de ambas lo que
denomina “problematizaciones”) son métodos sino herramientas
singulares y locales para el estudio de problemas singulares y
locales.
En efecto, si algo me ha quedado claro
tras una atenta lectura de Foucault, tanto de la Microfísica, como
de Vigilar y castigar o las maravillosas conferencias pronunciadas en
Río de Janeiro en el año 1973, es que no estamos ante un pensador
metodológico. Foucault no tiene método, porque desenmascarar la
estructura de saber-poder significa precisamente sobreponerse a los
métodos, a los sistemas... Por eso se eleva sobre éstos y reducir
su proyecto a la utilización de un método lineal me parece
empobrecer enormemente su filosofía. Quizás todo sea mucho más
simple de lo que nos creemos, quizá sólo se trate de “ (...) Una
tentativa de hacer una historia distinta de la que los hombres han
dicho14”.
La crítica de Habermas a Foucault
en “El discurso filosófico de la modernidad”: Los primeros pasos
en falso de Foucault según Habermas. Sus trabajos sobre la locura.
Analizaré ahora brevemente los
argumentos esgrimidos por Habermas para acusar de Foucault de
circularidad en sus argumentos, y calificar su teoría del poder como
una teoría que presenta aporías irresolubles. Pero vayamos por
partes.
Habermas encuentra en las influencias
de Foucault la génesis de su teoría, y la raíz de sus fallos. Así,
fruto de una mala interpretación del discurso negativo sobre el
sujeto de un Lévi-Strauss, entiende éste como una crítica a la
modernidad. Pero sin lugar a dudas, junto a Nietzsche una de las
influencias (negativas según Habermas) sería Bachelard, quién tras
poner de manifiesto en la primera etapa de su pensamiento que la
ciencia no produce verdad, sino que “el conocimiento de lo real
siempre proyecta alguna sombra”, proseguirá en la segunda etapa de
su vida con el estudio de esas sombras desterradas de la
racionalidad, “lo otro de la razón”. Así, y como insiste
Habermas, asistimos a obras como “Locura y sinrazón” en las que
“persigue la constitución
de la locura simétricamente a la constitución de la razón15.”
En el prólogo a dicha
obra, Foucault afirma que “(...)la
constitución de la locura como enfermedad mental a fin del siglo
XVIII, supone la constatación de un diálogo roto, da a la
separación como ya admitida, y hunde en el olvido todas esas
palabras imperfectas, sin sintaxis fija, un poco balbuceantes, en las
cuáles se efectuaba el intercambio entre la locura y la razón. El
lenguaje de la psiquiatría, que es monólogo de la razón sobre la
locura, no ha podido establecerse más que sobre tal silencio.
No he querido hacer la historia de ese lenguaje sino más bien la arqueología de ese silencio16”. Su análisis no se circunscribe a la psiquiatría, sino a una historia de la razón moderna que desde sus orígenes, con el “cogito” cartesiano, ha silenciado con todas sus fuerzas la locura y “lo otro de la razón” aunque, sin embargo, se encuentre enraizada con la razón, en los subsuelos de la racionalidad, por así decirlo: “Pero la historia de una ratio como la del mundo occidental está lejos de haberse agotado en el progreso de un “racionalismo”; está hecha, en parte igualmente grande aunque más secreta, por ese movimiento por el cual la sinrazón se ha internado en nuestro suelo, para allí desaparecer, sin duda, pero también para enraizarse17”.
No he querido hacer la historia de ese lenguaje sino más bien la arqueología de ese silencio16”. Su análisis no se circunscribe a la psiquiatría, sino a una historia de la razón moderna que desde sus orígenes, con el “cogito” cartesiano, ha silenciado con todas sus fuerzas la locura y “lo otro de la razón” aunque, sin embargo, se encuentre enraizada con la razón, en los subsuelos de la racionalidad, por así decirlo: “Pero la historia de una ratio como la del mundo occidental está lejos de haberse agotado en el progreso de un “racionalismo”; está hecha, en parte igualmente grande aunque más secreta, por ese movimiento por el cual la sinrazón se ha internado en nuestro suelo, para allí desaparecer, sin duda, pero también para enraizarse17”.
Tendríamos aquí
material para realizar otro trabajo de considerables dimensiones, en
el que introduciríamos a un Derrida o a un Deleuze que han sabido
ver en la locura el reverso de una sociedad que integra los dos
elementos, la mayor de las racionalidades y la más absoluta locura:
“En
el capitalismo, todo es racional salvo el capital. Un mecanismo
bursátil es perfectamente racional, se puede comprender, se puede
aprender, los capitalistas saben cómo aprovecharse de él, y sin
embargo es completamente delirante, demencial.” Y
sin embargo, lo que me interesa es destacar que Habermas cree que
Foucault pronto dará marcha atrás, declarando en el prólogo al
“Nacimiento de la Clínica” que de ahora en adelante iba a tratar
de renunciar a todo comentario que trate de sumergirse por debajo de
la superficie del texto. Los primeros trabajos sobre la locura, en
los que una hermenéutica profunda trataría de abrirse paso hasta
encontrar los orígenes de la bifurcación entre la locura y la
razón, encontrando y descifrando en lo dicho lo no dicho, renuncia
según Habermas, “a
diferencia de Bataille, a todo acceso evocador a lo excluido y
proscrito (...) De todo ello ha de desembarazarse una arqueología
desencantada18”.
¿Los primeros “palos de ciego” de Foucault o los necesarios
comienzos hacía una compleja y completa teoría del poder? Pues,
¿quiénes si no, son los que regentan el poder los que definen lo
que cae dentro de lo normal y lo que no? ¿Los que deciden que
individuos han de estar aislados y cuales no? Quizá la locura diga
una verdad “muy
silenciosa y amenazante,: una verdad debajo de toda verdad19”.
Acusaciones formales de Habermas a
Foucault. Paradojas.
Presentismo. Foucault,
según la crítica de Habermas, no lograría evitar, pese a ramificar
su método en una arqueología y una genealogía, escapar a un
presentismo que proyecta sus valores en la historia. Así, pondrá
como ejemplo su división cronológica en tres épocas, Edad Media,
Renacimiento y Época clásica, división que parte de ese poder
disciplinario impuesto desde el presente retrospectivamente en los
valores del pasado. Por eso, su Historia de la Locura sería un
manual de antipsiquiatría velado, encubierto y no sólo un estudio
historiográfico documentado y objetivo. Su objetivismo
cientificista, debido a la “contaminación” de anticiencia,
“(...) se entrega al
movimiento de una cancelación del sujeto, caracterizada por un
historicismo radical, y termina en un incurable subjetivismo20”.
Relativismo. Se
trata de una nueva acusación basada en los mismos argumentos, el
doble juego de una historiografía genealógica que trastoca el
objetivismo en subjetivismo por volcarse especialmente en el
historiógrafo: “Así, la
tentativa de explicar solamente a partir de sí mismas las
formaciones de discurso y poder bajo la severa mirada objetualizadora
del analítico que se acerca desde lejos y que, ignorando toda
comprensión, se enfrenta a lo nativo y familiar, acaba tocándose
justamente en lo contrario. El desenmascaramiento de las ilusiones
objetivistas de todo
querer-saber conduce a la complicidad con una historiografía
narcisistamente vuelta hacía el lugar que ocupa el observador,
que instrumentaliza la consideración del pasado para proveer a las
necesidades del presente21”.
Criptonormativismo.
Detrás de la supuesta objetividad de la historiografía genealógica
foucaultiana, cree Habermas que se cuelan valores, que posibilitan y
legitiman una guerra a una formación de poder “normativamente
inexpugnable”. Si de lo que se trata, es de movilizar contrapoder,
emprender luchas, crear trampas etc, insiste Habermas, se plantea la
cuestión de porque luchar contra ese poder, porque resistirnos a un
poder omnipresente que circula por todo el tejido moderno, en lugar
de plegarnos a él. Como argumenta Fraser, “sólo
introduciendo nociones normativas podría empezar a decirnos qué es
lo que está mal en el moderno régimen de poder-conocimiento y por
qué debemos oponernos a él22”.
La asimetría que existe en los
complejos de poder siempre se remite a la desigualdad entre la
voluntad que tiene el poder y los
cuerpos que se ven
triturados en esas complejas redes de poder. Siempre es el cuerpo,
para Foucault el torturado, el masacrado, el que se ve descompuesto
en un campo de fuerzas mecánicas. ¿Estarían, debajo del poder, las
cosas mismas en su “vivacidad primitiva? Ciertamente, Foucault, en
respuesta a Henry Lévy niega que tras las paredes del asilo podamos
encontrar la espontaneidad de la locura o debajo de la represión
sexual la frescura del deseo... Y ello, porque, como opina Habermas,
Foucault niega lo otro de la
razón, “la teoría
del poder ha eliminado todo rasgo de acción comunicativa, inserta en
los contextos del mundo de la vida23”.
Para concluir. Entre Foucault y
Habermas. Buscando el consenso.
Para terminar este trabajo “con buen
sabor de boca”, he tratado de buscar una línea de consenso entre
estos dos grandes autores, uno más contestatario, el otro más
moderado, pero ambos igual de críticos con los excesos de una
sociedad moderna que no ha cumplido con lo que prometía, ambos nos
mantienen igual de alerta aunque disten tanto sus análisis.
Desde esa pretendida objetividad,
hemos visto que Habermas consideraba que Foucault cuela
subterfugiamente una teoría del poder subjetivista y
autorreferencial. Pero Habermas no criticará su parte negativa, su
“pars destruens”, a saber, para poner de relieve las exclusiones
que la sociedad de bienestar lleva consigo, para mostrarnos el
reverso de la moneda. Habermas está de acuerdo en esa primera etapa,
pero es más optimista que un Foucault que según él no sabe o no
quiere ver las ventajas de una sociedad de bienestar que no necesita
ser destruida, simplemente retocada, parcheada.
Foucault denuncia que todo cae bajo la
compleja red de “biopoder”. Si esto es así, es imposible
explicar el progreso social en términos éticos, morales. Sólo
existe una razón estratégica que despoja ilegítimamente al
individuo de la esfera moral, continuamente avasallado por el poder.
En lugar de ello, Habermas propone su modelo de acción comunicativa,
que supone abrir un ámbito en el que las categorías fundamentales
son los procesos abiertos al entendimiento, procesos esta vez si,
regidos por valores y normas.
En una entrevista de 1982, declaraba
Foucault lo siguiente: “Durante
un periodo más bien largo, la gente me pedía que les dijera lo que
iba a suceder y que les diera un programa para el futuro. Sabemos muy bien que, incluso con las mejores intenciones, estos programas se
convierten en una herramienta, en un instrumento de opresión.
Rousseau, un
enamorado de la libertad, fue utilizado durante la Revolución
Francesa para construir un modelo social de opresión.
A Marx le hubiera horrorizado el estalinismo y el leninismo. Mi
papel-y ésta es una palabra demasiado enfática-consiste en enseñar
a la gente que son mucho más libres de lo que se sienten(...)
Cambiar algo en el espíritu de la gente, ése es el papel del
intelectual24”
.
Habermas busca valores orientados al
entendimiento, y concede la prioridad absoluta a la emancipación que
nos prometieron los ilustrados. Foucault, como acabamos de leer,
busca enseñarnos que somos más libres de lo que nos sentimos, de lo
que nos hacen creer. Quizá sea más lo que une que lo que separa a
estos autores, pese a sus agrias polémicas. En la reflexión de
ambos autores preside la misma preocupación por reconquistar una
libertad que hemos perdido. Seamos más “foucaultianos” o
“habermasianos”, ambos cumplieron el papel que encomendó el de
Poitiers al intelectual: Cambiar algo en el espíritu de la gente25.
1
Como veremos, Habermas recuperará muchos de los elementos
kantianos. La modernidad y el proyecto ilustrado van de la mano
desde que Kant escribiera su brillante ¿Qué es la ilustración?”.
¡Sapere aude!
2
A Foucault le encantará recurrir al Panóptico para ilustrar las
relaciones de Poder-Saber y el férreo sistema de control y
vigilancia al que nos vemos sometidos. Volveremos a ello más
adelante.
3
Habermas, Nuestro breve siglo.
4
Habermas, Nuestro breve siglo. La negrita es mía.
5
J. F. Lyotard, La condición Postmoderna,
6
Carson, D.A., Becoming Conversant with the Emerging Church
7
Foucault, 1989: 139
8
Conferencia pronunciada en el marco de la recepción del premio
Adorno.
9
Habermas, Taurus.1991
10
Habermas, 1987: 126
11
Me parece muy acertada la crítica que hace Foucault a los examenes
en Vigilar y castigar: “El examen combina las técnicas de la
jerarquía que vigila y las de la sanción que normaliza. Es una
mirada normalizadora, una vigilancia que permite calificar,
clasificar y castigar. En todos los dispositivos de disciplina el
examen se halla altamente ritualizado…(...) Gracias a todo este
aparato de escritura que lo acompaña, el examen abre dos
posibilidades correlativas: la constitución del individuo como
objeto descriptible, analizable… la constitución de un sistema
comparativo que permite la medida de fenómenos globales, la
descripción de grupos, la caracterización de hechos colectivos, la
estimación de las desviaciones…
12
Foucault, Microfísica del Poder, La Piqueta, Madrid, 1992
13
Foucault, Mirofísica del poder, La Piquea, 1991, pág. 142
14
No sólo existiría una historia de los derrotados, existirían
muchas historias de muchos derrotados, de muchos silenciados. Así,
en una entrevista en la revista Body Politic, afirmaba que el
objetivo de las minorías homosexuales no es sólo la resistencia
entendida en sentido negativo, sino “crear nuevas formas de vida,
crear una cultura. Nosotros debemos también afirmarnos y afirmarnos
no sólo en tanto que identidad, sino en tanto que fuerza creadora.”
(Foucault, Dits et Écrits,IV, pág. 741)
15
J. Habermas, El discurso filosófico de la Modernidad, Taurus,
pág.287 (1989)
16
Introducción a Historia de la locura, Foucault (1961)
17
Ibid, pag.42
18
J. Habermas, El discurso filosófico de la modernidad, pág. 290,
Taurus (1989)
19
Foucault, Historia dela locura en la época clásica, 2ª edición,
Tomo II, México, Fondo de cultura económica, 1976, pág. 270
20
J. Habermas, El discurso filosófico de la Modernidad, pág.330,
Taurus (1989)
21
Ibid, pág.333-334 (La negrita es mía)
22
Habermas cita a Fraser en la pág.339 de nuestro estudio, tomado de
su obra “Foucault on Modern Power: mpirical Insights and Normative
Confusions” en Praxis Internacional, tomo 1, 1981, 283
23
Ibid, pág.342 (La negrita es mía)
24
Entrevista realizada por Rux Martin, publicada en “Tecnologías
del yo”, Paidos, 1990
25
Valga como ejemplo un dato: Michel Foucualt fue el autor más citado
del mundo en el ámbito de las Humanidades en el 2007 (fuente:
www.timeshighereducation.co.uk
) Tampoco vamos a descubrir ahora tampoco la enorme influencia de
Habermas desde mediados del siglo XX hasta la actualidad, embarcado
como se encuentra desde hace unos años en las relaciones entre
filosofía y religión, suscitando acalorados debates como es una
constante en su carrera intelectual.