miércoles, 3 de junio de 2015

Cualquiera no puede ser cualquiera

2.38 am de un día cualquiera, una semana cualquiera, en un mes cualquiera, desde un lugar cualquiera.

Realmente, poco nos paramos a pensar en que, más allá de nuestros inflados egos, somos tipos insignificantes que pasarán por este pequeño punto azul de esta pequeña galaxia sin pena ni gloria. Y es que cualquiera puede hacer nuestro trabajo. Cualquiera puede escribir esta entrada. Cualquiera puede completar una maratón. Cualquiera puede escribir los versos más tristes esta noche e incluso cualquiera puede hacer contribuciones decisivas a la física descubriendo leyes universales. Cualquiera puede matar al presidente de los EEUU, cualquiera puede inmolarse en tierra santa. Cualquiera puede presentarse como el profeta verdadero, cualquiera puede meter un hat trick en la final de la Copa de Europa. Cualquiera puede hacer cualquier cosa en este minúsculo espacio de tiempo que nos separa de dos oscuras eternidades.

Hay veces, sin embargo, que el vacío de sentido que hace pender de un hilo nuestra circunstancia vital, se llena de golpe cuando un hijo te hace ver que sólo tú eres su padre. Y piensas que el teorema de Pitágoras es verdadero lo descubra quién lo descubra, y que de poco importa quién apriete un botón o quién mueva los hilos del mundo, pues a la muerte de unos otros continuarán su trabajo, como no importa quién dé los últimos pasos en una carrera por el saber en la que está involucrada la humanidad en su conjunto. Sin embargo, ese argumento se nos cae cuando una pérdida es irremplazable, porque el vínculo emocional, casual en su origen, carece una vez formado de sustitutos. Y pienso, un día cualquiera, en un mes cualquiera, desde un lugar cualquiera, a las 2.45 am ya, que de buscar un sentido a todo esto, hemos de buscarlo en lo único que nos convierte en insignificantes bichos de insignificantes galaxias capaces de crear un microcosmos a nuestro alrededor en el que nos sintamos, aunque sólo sea por un momento, como esa estrella de la que dependen el resto de planetas.

Desde esa humildad, desde esa indiferencia a todos los sacrosantos símbolos de los absurdos Estados que hemos construido de ayer a hoy, desde esa conciencia de que Dios, la patria y su himno y su bandera, así como su moneda y su frontera, es una puta ocurrencia de unos tipos que siguen pensando que todo gira realmente a su alrededor, es desde la que muchos contemplamos con una mezcla de estupefacción y pena los acontecimientos de estas últimas semanas. Quizá cuando prestamos más atención a respetar un absurdo himno que a nuestro cada vez más dormido instinto de perpetuación, el único camino de esta insignificante raza humana, sea, como el de tantas otras, la extinción. Después no digan que no se lo avisé. Mientras tanto, harían bien en cuidar lo que tienen y les convierte en especiales: y créanme, no es esa hipoteca con unos intereses tan favorables ni esos preciosos zapatos encontrados a precio de ganga en una gran superficie comercial. Y qué triste es eso de ser tan pobre en vida que sólo tengas dinero...

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